lunes, 24 de agosto de 2015

Blei Raneh, relato de Pedro Pujante

Transcurre el minuto 54 de la película.  Rick Deckard, (o sea, Harrison Ford cuando era joven), persigue a un Nexus-6 (o sea, un androide. Que en este caso es una mujer hermosa vestida con un impermeable transparente de plástico) por una caótica y  posmoderna ciudad de luces de neón.
            Es de noche y la lluvia es turbia, negra.  Pero la gente posmoderna (extras de Hollywood)  de la ciudad caótica sale a la calle con sus paraguas de plástico y sus ropas de látex posmodernos. Todo es de plástico; seguramente la pistola con la que Deckard intenta matar (ellos lo llaman eufemísticamente retirar) a la chica-robot también es de plástico. Ella huye despavorida por entre los coches. Se le interponen viandantes y los esquiva con habilidad de acróbata. Deckard apunta con su pistola de plástico pero la cercanía de la gente le impide acertar el disparo, los extras están ahí para eso, claro.
La chica, también llamada Replicante se estrella contra un escaparate y los cristales convierten la imagen en una escena de primer día de rebajas steampunk. Deckard vacía el cargador contra su espalda. La cristalera revienta en mil pedazos que flotan en el aire a cámara lenta mientras la chica robótica de desploma, muerta, desconectada. Pero en ese mismo momento, Deckard siente que algo no va bien. Un escalofrío y un sentimiento de extrañeza se apoderan de él. Olvida por unos instantes a su presa (que sigue cayendo al suelo en slow motion, acompañada de los vidrios, al ritmo de la melodía de una trompeta de jazz). 
Harry (o Deckard) mira a su derecha y en un ángulo muerto de las cámaras observa una ventana rectangular a pocos metros de altura. Tras el cristal advierte una silueta humana. Siente que un temblor le hace estremecerse. Es lo último que se esperaba en una situación tan repetitiva y previsible para él. Miles de veces había realizado esta misma persecución, en cines de barrio o en hogares, con grupos de amigos frente al televisor con sus DVDs caseros. Siempre en el minuto 54 de la película. Sin variaciones. Era su escena favorita, de hecho, y siempre la realizaba de la misma manera. De forma idéntica, como  un buen profesional. Pero esta vez algo falla. Esa ventana nunca había estado allí. Ese personaje (que seguro es un Replicante asesino) no aparece en el guión. Mira fijamente a la ventana y olvida su escena de la chica robot desvaneciéndose. Su misión es retirar Replicantes, así que, sin pensárselo dos veces, arremete contra el enemigo. ¡He aquí un actor de método, que se mete en el papel, que es capaz de improvisar! Emprende la carrera a la vez que intenta cargar la pistola. A medida que se acerca puede observar que el replicante le mantiene la mirada desde el otro lado de la ventana. Advierte que en sus manos porta un arma y le está apuntando a la cabeza. No hay duda alguna. Aligera el paso. Pone cara de circunstancia y aprovecha que la escena es todavía a cámara lenta para dar mayor efectismo y carga dramática a sus gestos, mientras trota. Primer plano, cara compungida, pistola empuñada.
Cuando tiene la ventana a unos pocos metros se lanza contra ella de cabeza. Atraviesa el cristal apuntando con su arma al villano. Pero la pistola se encasquilla, es de plástico. Su oponente es todo sorpresa. No se esperaba el ataque. Deckard abre los ojos tras el batacazo. Su caída ha sido amortiguada por  un viejo sofá de color butano con cojines estampados a juego. El presunto androide es un tipo gordo, sin afeitar, con camiseta de tirantes que lo mira con ojos de desconcierto. En su mano derecha no porta un revólver. Sostiene un mando a distancia. En la otra, estruja una bolsa de patatas fritas. Tiembla de miedo. Deckard, o sea, el joven Harrison Ford,  se levanta y comprueba la situación. Ha atravesado un televisor de plasma y ha llegado al interior de una sala de estar. Hay una lámpara, botes de cerveza, algunas fotos y una tele rota. Y cristales alfombrando el suelo.
-¡Dios mío, mi plasma nuevo! Yo sólo pretendía cambiar de canal.
- Creí que me apuntabas, se excusa, casi hablando para él mismo. Es lo malo del 3D, lo siento.

 Sin levantarse del sofá guarda su arma dignamente y se rasca la cabeza. No se le ocurre qué añadir. Hay veces en las que es mejor ceñirse al guión.
                                                                                                  Pedro Pujante

El absurdo fin de la realidad, de Pedro Pujante http://www.edicionesirreverentes.com/2099/PedroPujante.html    publicado por Ediciones Irreverentes

lunes, 26 de enero de 2015

Filósofos de las fantasías, artículo de Pedro Pujante

Al igual que en todas las parcelas o manifestaciones del arte y la cultura, las corrientes literarias, como un oleaje eléctrico y caprichoso, van y vienen sin que fácilmente podamos predecir el azaroso acontecer que les aguarda. En este vaivén a través del tiempo se desplaza una nave singular que, desde que se materializase allá por el siglo XX, todavía no ha abandonado su singladura por el cosmos literario. Nos referimos a la Ciencia Ficción (CIFI). Subgénero literario que podría calificarse de ficción o fantasía que incluye viajes en el tiempo, tecnologías imposibles o sofisticadas, exploración del futuro o personajes y ambientaciones extraterrestres.
Si bien es cierto que autores visionarios del siglo XIX, de la talla de Julio Verne o H.G. Wells, impulsaron el género hasta cotas astronómicas de popularidad y prestigio (aquél, a través de una disimulada alegoría político-social y éste con un marcado acento científico y especulativo) no sería hasta los años veinte cuando adquiriría el estatus de género en sí mismo. En 1926, aparece por primera vez el término ´Science Fiction´ en la revista Amazing Stories que publicaba Hugo Gernsback.
Pero si decidimos viajar en al pasado y rastrear los primeros gérmenes de esta literatura de especulación científica hallaremos precursores de este subgénero tan peculiar. En el siglo II Luciano de Samosata (Samosata, Siria, 125/181 d.C.) escribió un cuento titulado Historia verdadera en el que se detalla un disparatado viaje a la luna de un modo irónico y desenfadado pero que ya asienta lo que llegaría a ser una constante en la literatura fantástica: la preocupación por el mundo extraterrestre, los viajes estelares y descripciones de, en este caso, los selenitas y sus costumbres. Otro autor, abuelo de la CIFI, es Cyrano de Bergerac (París, 1619/Sannois, 1655) que en el siglo XVII firmó un extraño libro titulado L´autre monde (El otro mundo) en el que nos narra un viaje a la Luna y otro al Sol. En definitiva, y a pesar de su evidente intención de mostrar su filosofía materialista y hacer una crítica de su sociedad, no deja de ser un antecedente claro de la literatura de viajes espaciales.
La crítica, con respecto a las dos obras anteriores, se muestra dividida. Si bien a la luz de algunas teorías que consideran la CIFI como una literatura de anticipación con elementos principalmente científicos y plausibles, estos textos faltos de rigidez estarían fuera del espectro de la vertiente más pura del género. No obstante, sí que aplicando el término en un sentido más amplio y recogiendo todo aquel trabajo literario que contemple una ficción fantástica en la que otros mundos y seres son descritos o propuestos, estos proto-autores, junto a otros como Mary Shelley, podrían ser incluidos en la nómina de ´Maestros del género´.
Ya en el siglo XX la naturaleza dúctil del género en particular, y de la propia literatura en general, abrirá el camino a diferentes y variadas ramificaciones de otros subgéneros, tales como el steam-punk, cyberpunk o el diésel-punk, imposibles de abarcar en este artículo. Aparecerán los más dispares relatos fantásticos, la fantasía épica o de aventuras de toda índole que entremezclan elementos, técnicas narrativas o argumentos que difícilmente seríamos capaces de clasificar de un modo satisfactorio. Autores de prestigio como el soviético Zamiatin, los británicos George Orwell o Aldous Huxley, que se valieron de los mecanismos de la CIFI para dibujar un futuro regido por un racionalismo feroz; o escritores del mundo hispano como Bioy Casares que, en La invención de Morel narraba una historia de amor imposible aderezada con una tecnología fantástica, encumbraron la CIFI y le dieron el estatus de literatura de calidad. Otros autores propiamente de CIFI como Ray Bradbury, Philip K, Dick, Asimov o el gran Stanislaw Lem alcanzarían las cotas más vertiginosas de la literatura de CIFI, establecerían sus bases y asentarían los cánones de una literatura de Ciencia Ficción que todos conocemos hoy día.
En los años 70, debido a los avances de la época (el hombre pisa la Luna en el 69) o al éxito de películas como Star Trek o Star Wars, el género experimentaría un auge nunca antes visto. No solo en el más influyente mundo anglosajón. También en la entonces llamada URSS, en Japón o en España. En nuestro país el género se hace notar. Aparecen fanzines como Nueva Dimensión y autores de la talla de Domingo Santos, padre español de la CIFI y promotor de variados proyectos editoriales y literarios de ciencia ficción. Entre estos proyectos se hallan varias antologías de autores españoles, hoy día, tristemente olvidados, como Sebastián Martínez o Ángel Torres Quesada cuyos relatos y novelas son pequeñas joyas y paradigmas de una literatura que se ha desarrollado al margen del stablishment. De hecho, no conozco autor de ciencia ficción que se halla alzado con el Cervantes, el Nobel (a excepción de Doris Lessing, quien firmó al menos una novela de este género) o el Goncourt. Bien es cierto que hay premios específicos para obras de CIFI, terror o fantasía, pero no encuentro razones para que autores como Ray Bradbury o Stanislaw Lem no hayan recibido un reconocimiento internacional más allá del género en el que se inscriben de forma reduccionista sus complejos artefactos literarios.
Al comienzo de este artículo señalábamos que la ciencia ficción oscila en el pendular imprevisible de la historia de la literatura. Y hoy día se aprecia un ligero repunte en el interés del gran público por el consumo de historias de CIFI. Uno de los indicadores de este ´germinar´ se encuentra en las salas de cine y en la masiva producción de filmes que proliferan, tanto de gran calidad, como de marcado sesgo comercial y destinados a un público juvenil y de exigencia cuestionable
Futuristas entregas (muchas veces, precuelas) que recuperan las antiguas sagas de Star Trek o viejos títulos como la reciente revisión de Robocop; nuevas distopías cargadas de efectos especiales y protagonizadas por estrellas de Hollywood; subgéneros como la zombimanía que se entremezclan con la más pura fantasía futurista en apocalípticos escenarios de contaminaciones a escala mundial (recientemente Guerra Mundial Z o la ya clásica y tan revisada El último hombre vivo que tuvo su último remake en Soy leyenda, retomando el título original del prolífico Matheson). En definitiva, trazas del creciente interés por la ciencia ficción que está mostrando el público, un interés que de algún modo tiene su repercusión en el ámbito literario en un proceso de simbiosis en el que cine, literatura y videojuegos se retroalimentan a gran velocidad.
A esto hay que añadir el crepitar que se siente en los sellos editoriales: algunos como Dolmen que mantiene una línea en exclusiva para el cosmos de los zombies, y otras empresas más recientes como la nueva Oz Editorial, los sellos Omicron de Roca, Fantascy de Random House o Ediciones Irreverentes que se arriesga con la línea 2099 en un vigoroso intento de rescatar el espíritu pulp del pasado siglo así como el de las míticas revistas españolas pioneras, Nueva Dimensión, o la más reciente Scifiword.
La ciencia ficción ensancha cada vez más sus redes y se extiende por los meandros de la cultura, siempre porosa, hasta llegar a ser un elemento más de nuestro variopinto paisaje natural. Es mucho más que un género; es una filosofía puramente estética, que en cine y literatura ha sabido canalizar su espíritu visionario y especulativo. Una forma de entender y transformar la ficción, una manifestación de las inquietudes y preocupaciones humanas. Preocupaciones por el tiempo, por esos remotos limbos que son el futuro y el espacio exterior con todo lo que en ellos atisbamos: fantasías científicas, mundos alienígenas, viajes a épocas venideras o universos paralelos de los que la física cuántica ya parece hacerse eco hace tiempo y catalogar en su inventario de materias científicas.
En definitiva, la CIFI no es otra cosa que nuestra más sofisticada preocupación del hombre por el porvenir, una especulación filosófica y existencial que a través de un tratamiento estético, imaginativo y cultural ha cobrado la forma con la que hoy la conocemos. Y es que como afirmó Einstein al respecto de la investigación científica, «la imaginación es más importante que el conocimiento». Y no cabe duda de que la literatura de anticipación ha dado buenas pruebas de ello.
Es por lo tanto el escritor de este tipo de fantasmagorías un pensador, un filósofo que intuye fantasías e imágenes plausibles, que nos coloca frente al espejo tembloroso de lo desconocido, de lo que podría ocurrir (distopía), de lo que pudiera haber sido (ucronía) o simplemente que fabula sin otro propósito que el meramente estético pero que, no obstante, nos revela qué de extrañamiento hay en nosotros mismos en relación con el insólito mundo que nos envuelve. La literatura de ciencia ficción no es un subproducto que se ocupa de desentrañar entelequias infantiles del espacio exterior. Es una fuerza natural del más profundo pensamiento humano, que está en el imaginario colectivo de todos nosotros y, que al parecer, está más viva que nunca


Artículo de Pedro Pujante, publicado originalmente en La opinión de Murcia http://www.laopiniondemurcia.es/cultura-sociedad/2014/03/03/filosofos-fantasias/540384.html 

martes, 20 de enero de 2015

Presentación en FNAC SEVILLA del libro de ciencia ficción “Viajero de todos los mundos”, (Ediciones Irreverentes) del granadino Francisco José Segovia Ramos

Martes, 20 de enero, en FNAC, Avenida de la Constitución, 8, Sevilla, a las 19 h.

Ediciones Irreverentes presenta el libro ganador del I Premio Micromegas de Relatos de Ciencia Ficción, Viajero de todos los mundos, del granadino Francisco José Segovia Ramos, mañana martes, 20 de enero, en FNAC Sevilla, Av. De la Constitución 8. Presentará el libro el escritor sevillano José Luis Ordóñez.

Los relatos recogidos en Viajero de todos los mundos -libro con el que Francisco José Segovia Ramos ganó el I Premio Micromegas de Ciencia Ficción- son una metáfora del espíritu de conocimiento del ser humano. El ansia de ir más allá de lo rutinario nos lleva a descubrir todos los futuros posibles, e incluso a vislumbrar qué pasados alternativos perdimos al tomar una decisión como raza.

Además de ser un homenaje a autores como Asimov, Clarke, Philip K. Dick, Stanislaw Lem o Bradbury, estos relatos giran alrededor de las eternas inquietudes humanas -el amor, la vida y la muerte-, enmarcadas en las constantes preguntas de ¿quiénes somos?, ¿a dónde vamos? ¿de dónde venimos?, que la ciencia intenta responder, aunque, como sucede en estos relatos, abriendo más interrogantes. Segovia Ramos crea mundos novedosos que nos llevan a encontrarnos con lo más profundo de nosotros mismos, y presentes alternativos y futuros próximos tan inquietantes como reconocibles.

El autor trata con agudeza los aspectos tecnológicos que puedan desarrollarse en próximas generaciones, pero siempre situados en un entorno social que no nos parece tan lejano ni imposible. A pesar de los robots, de las máquinas bélicas de destrucción masiva, de los invasores de otros mundos, de los cerebros positrónicos, o de las máquinas increíbles, Viajero de todos los mundos rezuma una ácida y cruda crítica de nuestra sociedad.

            Afirma el autor sobre su visión del futuro: En Viajero de todos los mundos también hay relatos con un tono pesimista aunque, debo reconocerlo, no son mayoría. Como ya he indicado en alguna otra entrevista, o cambiamos el sistema económico, político y social o la alternativa es el caos. Esto mismo lo manifestó el gran Clarke en algunas conferencias, y también lo plasmó en novelas como Rama, donde argumentaba que una civilización extraterrestre muy avanzada debería basarse una sociedad de carácter marcadamente socialista. Pero un socialismo de “verdad”, no como el que nos han vendido en las últimas décadas.

     En cuanto a la importancia de haber ganado el Premio Micromegas de relato, afirma: “Cuando se convocó el premio que mencionas tuve la oportunidad de retomar algunos relatos de ciencia ficción que tenía inacabados, así como retocar otros que había publicado en formato digital, sin mucha publicidad, por cierto. El conjunto formaba –en mi modesta opinión- una obra coherente, compacta e interesante, y lo consideré adecuado para enviar al certamen, con la suerte de ganarlo. Ese premio, y la edición de la obra me han motivado a seguir trabajando el género, y también me han abierto muchas puertas en el mundo literario, lo que ya es un pequeño éxito para cualquier escritor que esté iniciando su carrera”. 

El autor: Francisco José Segovia Ramos

(Granada, 1962) Licenciado en Derecho y colaborador habitual de diversos medios de comunicación. Ha publicado el libro de relatos Lo que cuentan las sombras, la novela El Aniversario y recientemente Los sueños muertos (Finalista del Premio Ciudad de Utrera). Ha participado en antologías como 2099, 2099-b, Praga, Microantología del microrrelato III, Los mejores terrores en relatos, Cachitos de Amor, Bocados Sabrosos, Amigos para siempre, Cuentos alígeros y Relatos bajo el puente.

viernes, 16 de enero de 2015

Pangea, novela de Adrián Tejeda


El Nuevo Orden es ya una realidad: la metamorfosis social ha finalizado, y por ende el fin de la génesis de la sociedad más eficiente en la explotación del Locker que jamás haya existido. Como consecuencia de ello, los seres deficitarios, los restos de las culturas imperfectas de épocas pasadas, son ya un vago recuerdo del que casi nadie habla, que las castas dominantes del nuevo sistema han tratado de silenciar y exterminar. No obstante, un hallazgo inesperado puede llevar al traste con todo este plan: los manuscritos de Pangea, la prueba gráfica que delata la verdad de ese grupo demonizado, y que uno de los miembros de la clase productora de este nuevo orden social (el ciudadano K) va a dar a conocer.

            Se enfrentan realidades de dos mundos aparentemente coetáneos: en uno la necesidad del Locker, el recurso básico de la sociedad diseñada al amparo del Nuevo Orden y que hace que todo gire en torno a la optimización en los métodos de obtención del ansiado recurso, incluyendo una organización social totalmente despiadada e injusta. Del otro lado, una civilización ancestral cuyas normas únicamente contemplan el desarrollo del Eanna, el concepto del SER humano que ellos disponen. Dicho pueblo ha permanecido oculto desde hace milenios aunque nuestro protagonista está convencido de su existencia y no duda en embarcarse en un viaje sin retorno hacia el país entre los dos ríos, en un intento de encontrar respuestas a sus dudas infinitas. 

El autor: ADRIÁN TEJEDA CANO
(San Vicente de Alcántara, Badajoz. 1979)
 
Biólogo de formación, ejerce como profesor de Secundaria. Pangea es la obra finalista del concurso 451 de Novela de Ciencia Ficción, en la que muestra sus influencias de Tomás Moro, Tomasso Campanella, George Orwell, Aldous Huxley, Philip K. Dick, H.P. Lovecraft o Ray Bradbury.
 
ISBN: 978-84-16107-29-2 •  174 páginas •  PVP:14€
Más información en la web de Ediciones Irreverentes http://www.edicionesirreverentes.com/2099/Pangea.htm